jueves, 11 de agosto de 2011

6 de Noviembre de 2010/ Parte I

Sara Miranda vio desde la ventana de su apartamento en Chicago como el taxi que había pedido para ir al aeropuerto aparcaba frente a su edificio. Echó una última ojeada al que había sido su hogar durante tres años, era pequeño y diáfano, ahora los muebles estaban tapados con sábanas y había un montón de cajas junto a la puerta. Le había encargado a una agencia que las recogiera y las enviara por paqueteria a su nuevo apartamento en Nueva York .

Agarró las maletas y salió de allí, no le apetecía ponerse nostálgica, ya había llordo suficiente al despedirse de todos en la comisaría en la que había trabajado desde que terminó su formación en la academia de policía. Había llorado sobre todo al despedirse de Natalie, su jefa y casi su segunda madre desde que había llegado a la comisaría, y de Dex, su compañero de patrulla y el que había sido su pareja durante un año. Lo cierto es que si a Sarita Miranda le hubieran dicho cinco años antes que iba a terminar siendo subinspectora de policía no le hubiera extrañado mucho, al fin y al cabo su padre y su tía Silvia era inspectores, su abuelo era comisario en San Antonio y el hombre del que estaba completamente enamorada entonces, Lucas, era subinspector. Sin embargo, si le hubieran dicho que donde iba a terminar siendo policía era en una comisaría de Chicago, se habría echado a reír. Pero todo en la vida tiene una explicación y la situación en la que se encontraba Sara en ese momento, también tenía la suya.

Todo empezó después de que huyera a Madagascar para estar con Lucas creyendo que por fin iban a ser felices tras ella cumplir los dieciocho años, pero no fue así. Lucas jamás se subió a ese avión con ella a pesar de que se encontraron en el aeropuerto y Sara se vio sola en un lugar perdido del mundo, completamente destrozada y sin ganas de volver a ver a Lucas nunca más, así que cambió de móvil, se armó de fuerza y llamó a sus padres para decirles que se iba a vivir a Estados Unidos, sola. A su padre le costó entenderlo, pero se hizo a la idea cuando Sara le llamó desde la academia de policía de Chicago para informarles de que iba a instalarse en esa ciudad y de que les llamaría con frecuencia. Lola, su madre, aceptó que lo mejor para Sara era olvidarse de Lucas y prometió ir a visitarla en cuanto reuniera suficiente dinero. Después de terminar la academia siendo la primera en su promoción, entró de becaria a la comisaría central de Chicago. Allí aprendió todo acerca de la policía estadounidense y en sus ratos libres asistía a un curso intensivo en una escuela de idiomas con el que consiguió hablar inglés mejor de lo que nunca hubiera creído.

Natalie, su jefa, era también inmigrante en Estados Unidos, ya que era Inglesa, por lo que le hizo las cosas fáciles y le ayudó a integrarse completamente. Tras un año la ascendieron a subinspectora y le asignaron un nuevo compañero, Dexter, un tipo atractivo y responsable con el que inmediatamente conectó profesional y personalmente. Habían estado un año juntos, habían vivido juntos e incluso se habían prometido, pero Sara se dio cuenta de que no estaba realmente enamorada de él y decidió poner fin a la relación antes de que se hicieran daño. Ahora eran buenos amigos, Dex estaba con otra chica, una doctora y ella estaba soltera y centrada en su trabajo. Gracias a eso ahora iba camino a su nuevo trabajo en Nueva York, que era lo que siempre había deseado.

Sara miró por la ventanilla del taxi, echaría de menos Chicago, le gustaba ir a pasar las tardes a la orilla del lago Michigan con algunos de sus compañeros y amigos y había pasado muchos días y noches enteras de guardia por esas calles, pero también echaba mucho de menos Madrid, pasear por la Castellana, ir al Retiro y oír hablar español por la calle, sí, echaba de menos oír y hablar español.

Después de casi una hora de camino llegó al aeropuerto, pagó al taxista y se dirigió a la zona de facturación de equipaje. El vuelo a Nueva York duraba poco más de dos horas así que calculó que estaría allí sobre las 12 del mediodía. Natalie le había puesto en contacto con una agente de la comisaría de Nueva York a la que conocía y que vivía en un apartamento en Brooklyn , la chica se llamaba Lena McBean y le ofreció a Sara compartir su apartamento.

El JFK era mucho más grande de lo que parecía en las películas, era como una pequeña ciudad a las afueras de Nueva York. A Sara le resultó fácil parar un taxi tras recoger sus maletas y salir fuera del aeropuerto. Le dio al taxista la dirección y marcó el número de teléfono de su padre.

-Comisario Miranda, dígame- contestó Paco al segundo timbre.

-Vaya, vaya- rió Sara- veo que has asumido con rapidez el nuevo cargo.

Sara vio como el taxista miraba a través del espejo retrovisor, seguramente sorprendido de oírla hablar español ya que tenía pinta de ser latinoamericano.

-Sarita hija- Paco no pudo controlar la emoción en la voz, aún no se acostumbraba a hablar con su niña solo de semana en semana- ¿cómo estás, te has mudado ya a Nueva York?

-De hecho acabo de llegar- le explicó mirando a través de la ventanilla, las calles de Nueva York pasaban ante sus ojos verdes- voy en el taxi de camino a mi nuevo piso.

-Dijiste que vivirías con otra chica que también es policía ¿no?- preguntó Paco acordándose de la última conversación con su hija.

-Sí, en Brooklyn- contestó Sara.

-Vale, oye Sara...

-Mamá está bien, papá- le cortó antes de que siguiera, sus padres se habían divorciado hacía dos años y ahora Lola vivía en Barcelona, con el tiempo Sara había aprendido a reconocer el tono en la voz de su padre que anunciaba que iba a preguntar por ella- está trabajando como fotógrafa para una agencia.

-Gracias por la información- dijo sinceramente él- me alegro de que le vaya bien.

-¿Y a ti papá?- preguntó Sara- ¿cómo te va con Marina?

-Muy bien, Marina es una mujer sensacional- la chica notó como la voz de su padre se embargaba de emoción al nombrar a su novia, realmente ella era feliz de que su padre hubiera rehecho su vida, aunque en su momento le doliera tanto el divorcio- pero bueno, mucho hablar de mamá y de mí y no me dices nada de ti, ¿algún chico desde lo de ese Dexter?

-No, papá- contestó rodando los ojos- estoy centrada en mi trabajo, tengo que dar la talla.

-Digna hija de tu padre- dijo con sorna- bueno cariño, no te entretengo más que las llamadas cuestan muy caras y además tengo que ver como van Curtis y Povedilla con el caso.

-Vale, dales besos a todos de mi parte y diles que les sigo echando de menos- le pidió- hasta otra papá.

-Adiós pequeña- se despidió Paco.



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